DEFICIT EDUCATIVO, CONSECUENCIA DE SUBESTIMAR LA EDUCACIÓN

“No tenemos una actitud activa para educarnos… “

        Cuando se habla dentro del contexto temático de la política en general y empleamos la palabra déficit, habitualmente la vinculamos al ámbito económico, expresando, por ejemplo, el grave problema es el déficit fiscal, el primario o el de empleo, entre otros; pero nunca lo conectamos con el educativo.

          Déficit es aquella situación que se genera cuando hay escasez de algo o deficiencia de alguna cosa que se necesita o que se considera imprescindible. Es la carencia de un bien importante para subsistir. En latín significa “falta” o “flaquea”.

          En esta época de pandemia, los déficits abundan, ya sea fiscal, alimentario, sanitario (vacunas), viviendas, educativo, etc. Por mi parte entiendo que, el más olvidado y subestimado, y del cual difícilmente nos repongamos, es el relativo a la educación. Este menosprecio que tenemos hacia este Valor traerá en el futuro consecuencias nefastas, aún peores que el Covid.  

          La desorganización e ineficiencia que tiene el gobierno para administrar la pandemia, puso de relieve no solo lo mal que se halla el sistema educativo, sino que agravó la cuestión. El déficit educativo no solo se grafica con la medición de la escolarización o abandono escolar, que en el último año la tasa de deserción escolar interanual saltó del 2% al 10%; también se visualiza con los alumnos que están cursando años inferiores al correspondiente a su edad y primordialmente por la baja calidad de los contenidos y conocimientos que se transmiten. Es decir, estamos viviendo un desgranamiento educativo.

         Sin duda, la falta de presencia en la escuela y la ínfima o ausencia de conectividad tecnológica entre la escuela (fundamentalmente la pública) y el hogar han abonado a esta tragedia educativa. Tema este que se puede resolver elaborando planes educativos alternativos respetando el federalismo en base a la experiencia de casi un año y medio de pandemia. Obviamente no hay convicción ni voluntad política de trabajar profesionalmente en educación.

          Es manifiesto que nuestro país tiene una marcada tendencia al regreso de un porcentaje significativo de analfabetismo o semianalfabetismo, los cuales confluyen en resultados similares, o sea en la ignorancia que inexorablemente conduce a la pobreza y la delincuencia.

          Coadyuva a este escenario, que lamentablemente no surjan en los partidos políticos dirigentes que coloquen como prioridad número uno a la educación. A mediados del siglo XIX hubo una gran cantidad de intelectuales políticos que pusieron el eje del andamiaje del progreso en la educación; prácticamente barrieron con el analfabetismo posicionando a la Argentina como país a emular. Luego, con el transcurrir del siglo XX, lentamente y sin cesar, la decadencia y la mediocridad se instalaron, agudizándose actualmente; encontrándonos al borde un colapso educativo mayúsculo.      

          Ahora bien, al hablar de déficit educativo hay que situar al mismo en un contexto axiológico, en un ámbito digno de ubicar en Valor los valores. En tal sentido, interpreto que el valor primario o al menos el más esencial para la evolución pacífica de la humanidad es la educación.

          ¿Sabemos de qué hablamos cuando hablamos de educación? ¿Sabemos a qué nos referimos? Opino que no. En nuestro país existe una indiferencia y un descuido notable respecto a la educación, por lo cual no podemos comprender cómo vive el mundo civilizado y desarrollado en el siglo XXI.

          Nuestros saberes son limitados y no tenemos una actitud activa para educarnos en un conjunto de hábitos, ideas y conocimientos que nos guíen a una cultura merecedora de una nación organizada socialmente.

          Poseemos un sistema educativo arcaico, transmisor de conocimientos memorizados y que en materia de ciencias sociales es un canal que desemboca en un adoctrinamiento político-filosófico populista, cargado de prejuicios ideológicos.

          Al recorrer el sistema, los alumnos perciben que ellos están “jugando” el juego de la escuela y no el real juego de la vida. Sienten que son dos maneras distintas de conocer la vida, una es la que “muestra la escuela” y otra es la que “demuestra la realidad de la vida”. Los educandos celebran la culminación del ciclo lectivo secundario como que han sido “liberados por cumplir una condena”; son conocedores que caminaron por un sendero aislado de la realidad que late en el planeta tierra. 

          Alguna vez debemos internalizar que es imprescindible planificar el aprendizaje en cuanto significado de adquisición de conocimientos teóricos-prácticos, y que ello conlleva un esfuerzo para lograr efectividad y eficacia en la vida real.  Este aprendizaje debe ir acompañado por una educación emocional que custodie dicho aprendizaje: estimulando la curiosidad, la confianza en sí mismo y en sus compañeros, incentivando la calma; son todos antídotos muy preciados para combatir el miedo, la ansiedad y el estrés que siempre bloquean el aprender.

           Para tal objetivo, debemos revisar las estrategias de enseñanza, la formación docente, los métodos y la currícula. La meta debe ser que el educando disfrute del proceso de aprender el “juego” de la educación, independiente del resultado. Puede ser que algunos no lo hagan muy bien, pero al menos sabrán lo que están haciendo, por qué y para qué. De este modo atravesarán los cercos que les plantea el “juego” de aprender, motivados y con ánimo de avanzar. Reforzando su autoestima, aprenderán a auto-gestionarse.

         Necesitamos una educación para el mundo desconocido que tenemos los argentinos, pero que existe y nos deja fuera de las corrientes modernas del trabajo. Las personas debemos estar preparadas para descubrir los ritmos cambiantes del mañana.

          Tanto los políticos como la sociedad, tenemos el imperativo moral de dejar de subestimar la educación, caso contrario el déficit será infausto.

Presidente Fundación LibreMente, Dr. Orlando Litta.

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