LA BATALLA DE LA LIBERTAD INTERIOR
El valor de la libertad es una necesidad primaria de los individuos. Es como el agua para el organismo humano. Consiste en el uso y goce de nuestras capacidades para satisfacer proyectos y actividades que pretendemos desarrollar en la vida, sin perjudicar a terceros. En tal sentido, nadie sabe mejor que cada persona lo que a ella le conviene.
Educarnos en el refuerzo de la autoestima para poder auto-gobernarnos con espíritu crítico y criterio propio, es una exigencia moral para lograr autonomía en nuestras vidas siendo tutores de nosotros mismos. La libertad exterior e interior es un valor que por naturaleza nos corresponde, por lo tanto permanentemente hay que cuidarlo.
Los libertadores de América del Sur (San Martín y Bolívar) han sido los padres de la libertad exterior, independizándonos del reino español. Ahora bien, ¿las sociedades hispanoamericanas desde la época colonial hasta el presente lograron civilizarse y progresar económicamente, lograron gobernarse respetando las instituciones en el marco de una democracia republicana? Es decir, ¿lograron conquistar su libertad interior? Entiendo que no.
Nuestra cultura, hábitos y costumbres, nunca los hemos podido desarraigar de la época colonial. La matriz emocional hispanoamericana, la que aún sentimos, palpitamos y manifestamos en nuestras conductas es la matriz proteccionista, paternalista, estatista. Vivimos en una “zona de confort” bajo el paraguas del Estado, permitiendo que limite nuestras libertades con la excusa de la justicia social. Respirar aires de libertad, sentirnos internamente libres para proyectar nuestras vidas no estuvo internalizado en nuestra conciencia individual y colectiva. La idiosincrasia de origen constituyó un carácter social subyugado por la estatolatría.
Las ideas de Alberdi plasmadas en la Constitución Nacional sembraron semillas de libertad que en cincuenta años hizo que nos ubicáramos entre las primeras naciones del mundo. No obstante, ese cultivo liberal nunca pudo hacer raíces perennes que mantuvieran en pie los frutos de la libertad. La raíz colonial, con su autoritarismo improductivo guiado por el Leviatán Estado, resurgió esparciendo continuamente “necesidades” que justificaran la creación de derechos sin la contrapartida de obligaciones y multiplicando la burocracia; sistema este alimentado por los privados que producen. Todo ello disfrazado por el saqueo legal tributario.
Ergo, las acciones humanas que por naturaleza y en un orden espontáneo deberían evolucionar en un marco regulatorio estatal que no asfixie el valor de la libertad interior, han sido condicionadas por el apetito voraz del Estado, que consciente y voluntariamente hemos nutrido conformando una estructura social que encadena la energía humana productiva.
Romper ese molde requiere librar nuevamente la batalla de la conquista de la libertad interior que tanto anhelaba Alberdi. Debemos vencer la angustia que nos causa el hecho de vivir en la jaula del Estado carcelero que nosotros mismos hemos construido para brindarnos una falsa seguridad. Debemos abatir la impotencia que hemos incorporado a nuestra conciencia, por la que nos convencimos que es en vano luchar. Nos hemos condenado a encorsetar nuestra libertad interior. Los miedos y las comodidades que generan las engañosas “zonas de confort” nos han paralizado al punto tal que sentimos la impotencia de hacer algo para liberarnos de la angustia individual y social que padecemos.
En la actualidad, tenemos un presidente vertiginoso e impulsivo en su accionar, con un andar riesgoso en cuanto a que se desempeña al límite del respeto de las instituciones republicanas. Sus modos no agradables, no debe impedirnos ver que su diagnóstico político-económico-social es correcto. Es veraz en cuanto al análisis que hace respecto a la pérdida de nuestra libertad interior, y en tal sentido nos propone librar esa batalla. Aceptar la misma es aceptar que debemos pelear contra la morfología social que nos infectó por autogeneración, como una enfermedad auto-inmunitaria.
Milei ha puesto sobre la mesa múltiples temas que nunca nos animamos a tratar en términos de políticas públicas. No los hemos tratado por miedos e hipocresía. Con lógica y sentido común hay que afrontarlos. Obviamente que nos causa sacrificios y dolor enfocarnos en ese combate, pero es una contienda ineludible, caso contrario seguiremos el camino de la decadencia.
Para Alberdi, la base de la educación son los hábitos, las costumbres, los comportamientos y actitudes. Esa base es la que pretende restaurar Milei. Las leyes y reglamentaciones que se aplicaron en el transcurso del tiempo, terminaron desvirtuando el espíritu liberal de la Constitución Nacional. Esta realidad la tenemos que entender por dolorosa que sea, por lo tanto hay que erradicar todo el plexo normativo que daña a la ley magna y en consecuencia nuestras vidas.
Asumir los avatares a los que nos expone la libertad interior no es sencillo, máxime cuando debemos destruir la ingeniería social que hemos cimentado a través del yugo estatal y que nos hace creer que nos protege.
En buena medida, las nuevas generaciones analizan y comprenden mejor que los mayores el mundo actual. Milei está en esa línea, esperemos que su carácter imperativo se atempere. Es valiente, necesita educarse en la templanza, virtud esta que enaltecería a un político que aspira a que los argentinos recuperemos la libertad interior por la que tanto batalló Alberdi.
Presidente Fundación LibreMente, Dr. Orlando Litta.
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