LA OBSESIÓN POR LA IGUALDAD

En la línea de la evolución de las especies los homo sapiens compartimos la condición de tener una misma naturaleza, que es la humana. Con la excepción de la igualdad ante la ley de todas las personas, no existe otra característica igualitaria que  la de tener existencia humana.

          Ahora bien, los humanos nacemos desiguales, diferentes, únicos, irrepetibles, singulares. Somos individuos, cada uno con su impronta, con su ego. Todos nacemos en contextos distintos, tanto en lo relativo a ámbitos familiares como socio-económicos.  Pretender que la condición de ser humanos conduzca a que debemos ser iguales en un orden colectivo organizado e impuesto por quienes ejercen el poder de gobernarnos, es una falacia. Desde el enfoque intelectual, sin dudas es un error que no soporta ningún silogismo que arroje un resultado lógico.

          Ese ideal del orden colectivo igualitario, sostenido a lo largo de la historia por quienes cultivan semillas totalitarias en sus distintas formas y que en esta época se denomina populismo, trata de forzar algo contra la naturaleza humana convirtiendo en iguales a lo que siempre será desigual.

          La obsesión por igualarnos, excusándose en necesidades y creación de derechos que las satisfagan conlleva una educación enfermiza, que desemboca en la envidia multiplicando resentimientos destructivos en los individuos, con lo que se obtiene una sociedad desviada en los valores del respeto hacia otras personas y de la responsabilidad por los actos propios.

          Quienes abrevan en el populismo, cubren a la envidia y al resentimiento en una armadura de batalla, instando a la lucha social en nombre de una ideología. Uno de los mentores de esta cruzada cultural ha sido Ernesto Laclau, argumentando que la construcción del poder populista se va logrando con la búsqueda constante de un enemigo dividiendo el escenario social en dos campos.

          Distinto a esta postura es tender a la igualdad de oportunidades. Bien digo “tender”, puesto que la absoluta y plena igualdad de oportunidades para todos nunca será lograda; pero debemos tratar de arribar al punto más alto posible en esa misión. Para ello, el poder político no debe asfixiar nuestra libertad creadora con un sistema tributario saqueador y una legislación laboral vetusta y rígida que impiden desarrollar emprendimientos. El gobernante debería recordar que su imperio sobre nosotros es limitado, brindando un marco legal que fomente las oportunidades de crear trabajo productivo que guíe a un crecimiento económico que permita la movilidad social.

          En ese espacio de libertades creativas y emprendedoras, florecerán las igualdades de oportunidades educativas, promoviendo variadas posibilidades de aprendizaje, potenciando la educación “en y para” la libertad. Ese objetivo nunca se logrará con la dádiva y la cultura del facilismo.  

          La versión del igualitarismo colectivo, hoy populismo, es concluir en una etapa definitiva en el que la unanimidad y la uniformidad se internalicen en los humanos como un derecho natural que se debe reconquistar, lo cual es una manifiesta contradicción con la naturaleza humana. Pocas veces se cae en esta conclusión por un error intelectual basado en la buena fe, muchas veces es por el engaño de políticos y burócratas que conforman una elite corrupta utilizando este ardid mintiendo inescrupulosamente a la gente. 

          Frases como “vamos por todo”, dicha por la actual vicepresidente durante su presidencia, es un cabal ejemplo para lograr la unanimidad como fenómeno corporativo. En la unanimidad se aspira a convertir a la población en base a una falsa igualdad, desconociendo que la diversidad y la pluralidad es de la esencia humana y solo pueden oxigenarse en el campo de la libertad. No somos partes que uniformemente componemos un todo.

         Todos nacemos libres, no para vivir bajo el yugo de otros. Si bien la libertad es un valor y un derecho natural reconocido en la Constitución Nacional, siempre debemos estar en vigilia para que no nos sea arrebatada. Es decir, debe ser permanentemente conquistada y cuidada.  

          Es en el principio de la heterogeneidad y no en el de la homogeneidad, en el cual debemos organizar la vida en sociedad. No somos poseedores de caracteres iguales y composiciones uniformes, somos poseedores de elementos diferentes.

          Los colectivistas igualitarios creen obsesivamente que la historia tiene un fin especial y determinista, alimentan una “sociedad cerrada para y por iguales”. Ignoran u olvidan que la sociedad siempre debe “ser y estar abierta” ya que la historia de la humanidad no tiene un fin predeterminado.

El orden social edificado en la libertad es un camino a transitar y ensanchar, para que podamos construir nuestros proyectos de vida con el irrestricto e incondicional respeto por la libertad del prójimo.

Presidente Fundación LibreMente Dr. Orlando Litta

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